La inquieta biosfera

¿Qué necesitas saber?

Rocket Men”, un libro de Robert Kurson, despertó mi interés de aprovechar la oportunidad y usar una escena real para ver de un ángulo inusual la precaria situación, no de nuestro bello planeta Tierra, pero sí de nuestra descontrolada civilización.

En 1968, el astronauta Bill Anders miró desde su cápsula del Apolo 8 rodeando la luna y vio que la tierra azul moteada emergía sobre el horizonte lunar gris. Era la primera vez que alguien veía una “aurora” de la Tierra, y la imagen que tomó se volvió icónica.

En ella, nuestro mundo parece solitario y frágil contra la negrura del espacio. Cincuenta años después, esa imagen sigue siendo un llamado de la urgente necesidad de salvar al planeta de nuestro peor comportamiento. Pero, ¿Qué significa “salvar” al planeta?

Fue la vida en forma de bacterias azul verdosas la que primero le dio a la Tierra su atmósfera de oxígeno. Desde que el geoquímico ruso Vladimir Vernadsky acuñó el término «biosfera», los científicos han llegado a ver la vida como un jugador clave en el drama de la historia de la Tierra.

La biosfera es un poder cósmico en sí mismo. Es una fuerza planetaria que canaliza vastas energías que fluyen del sol y las transforma en rondas incesantes de innovación evolutiva ciega. Ese poder le da a la Tierra y su biosfera una capacidad de recuperación a largo plazo que ahora debemos imaginar completamente si queremos llegar a un acuerdo con el cambio climático que estamos impulsando.

Hablamos de «salvar» la Tierra como si ella fuese una especie en extinción. Hemos visto videos de mamíferos en búsqueda desesperadamente de hábitat y por ende de alimento. Vemos imágenes de osos polares de notable bajo peso sobre los témpanos de hielo en fusión para provocar y crear polémica. Pero esas imágenes e historias nos ciegan a la realidad de este momento extraordinario en la historia de la Tierra.

Para nada, la Tierra necesita de nuestra ayuda. La biosfera ha soportado cataclismos mucho peores que nosotros, y después de millones de años prosperó nuevamente. Incluso las cinco extinciones masivas temibles de la Tierra se convirtieron en oportunidades para la creatividad de la biosfera, impulsando nuevas rondas de experimentos evolutivos. Eso, después de todo, es cómo los mamíferos de gran cerebro terminamos dominando la Tierra en lugar de nuestros predecesores los dinosaurios. La Tierra es, como dicen los americanos, una “tough cookie”, dulce como los pastizales de mi bello país, pero ruda como una perra de finca. A largo plazo, la biosfera manejará prácticamente todo lo que le arrojemos, incluyendo el cambio climático.

Sin embargo, lo que la historia de la Tierra deja en claro es que si no tomamos el tipo correcto de acción pronto, la biosfera simplemente continuará sin nosotros, creando nuevas versiones de sí misma en el clima cambiante que estamos generando ahora. Entonces debemos ser claros, el problema no es salvar la Tierra ni la vida, sino salvar nuestra preciada civilización. Desde esa perspectiva, la naturaleza de nuestras decisiones cambia significativamente.

La última edad de hielo terminó hace unos 10.000 años, y el planeta entró en un período largo y estable de condiciones principalmente cálidas y en su mayoría húmedas. Los científicos llaman a esta época geológica el Holoceno. Toda nuestra historia de civilización encaja en ella. Todas nuestras revoluciones en la agricultura, la construcción de la ciudad y la industria ocurren en el Holoceno. Pero el Holoceno está terminando ahora, y está siendo terminado por nosotros. El impacto humano, especialmente el cambio climático, está alterando la forma en que funciona el planeta.

En respuesta, los científicos ven una nueva época en la evolución de la Tierra, que ellos llaman el Antropoceno.

El término Antropoceno se emplea hoy en centenares de libros y artículos científicos, se cita miles de veces y se usa cada vez más en los medios de comunicación. Creado en un principio por el biólogo estadounidense Eugene F. Stoermer, este vocablo lo popularizó a principios del decenio de 2000 el holandés Paul Crutzen, premio Nobel de Química, para designar la época en la que las actividades del hombre empezaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial. Ambos científicos habían comprobado que esas mutaciones habían alterado el relativo equilibrio en que se mantenía el sistema terrestre desde los comienzos de la época holocena, esto es, desde 11,700 años atrás. Stoermer y Crutzen propusieron que el punto de arranque de la nueva época fuera el año 1784, cuando el perfeccionamiento de la máquina de vapor por el británico James Watt abrió paso a la Revolución Industrial y la utilización de energías fósiles.

Pero crear una versión sostenible a largo plazo de la civilización en el Antropoceno plantea un nuevo y profundo conjunto de preguntas que permanecen ocultas para nosotros cuando nos mantenemos fijos en salvar la Tierra.

¿Qué, por ejemplo, es la naturaleza? Desde la perspectiva de la biosfera, una ciudad no es fundamentalmente diferente de un bosque. Ambos son el resultado de los infinitos experimentos evolutivos de la vida. Y los bosques, como los pastizales, insectos y microorganismos productores de oxígeno, alguna vez fueron una innovación evolutiva. En ese sentido, nosotros y nuestro proyecto de civilización no somos una plaga en el planeta. Somos justo lo que la biosfera está haciendo ahora. La pregunta entonces es ¿qué cambios debemos hacer para seguir siendo «lo que la biosfera está haciendo» muchos milenios a partir de ahora?

Una civilización de nuestra escala siempre tendrá efectos sobre la biosfera. Imaginar lo contrario es ignorar las leyes de los planetas que hemos descubierto recientemente (leyes de la física, la química y la biología). También ignora la propia historia de la biosfera en la que las especies «exitosas» penetrantes siempre tienen un impacto. El impacto humano no puede ser eliminado, entonces debemos tratar de ingeniar generar el correcto.

Debemos entrar en una relación de cooperación aún inimaginable con la biosfera en la que alcemos vuelo. Esto significa entender qué hace que la biosfera, con nosotros todavía en ella, sea más robusta, innovadora y resistente. Pero es poco probable que todas las especies en la Tierra hagan ese viaje con nosotros. Bien podría ocurrir que el fitoplancton microscópico sea mucho más importante para este tipo de biosfera saludable que nuestros queridos osos polares. Vamos a enfrentar decisiones difíciles con profundas consecuencias éticas. Pretender que podemos simplemente extender el Holoceno a perpetuidad sin esas consecuencias puede conducir a un desastre mayor que enfrentarlo con perspicacia.

Este reconocimiento, que a largo plazo la Tierra permanecerá sin nosotros, no nos exime de la necesidad de una acción urgente. No es una excusa para la negación climática o el vandalismo ecológico. Tampoco significa que somos libres de solo imponer sufrimiento en otras criaturas de la Tierra. En cambio, es un reconocimiento de la verdadera escala de nuestras responsabilidades planetarias. Significa que debemos convertirnos en el agente de algo que la Tierra no ha visto antes: una biosfera que también este despierta a sí misma y pueda actuar para su futuro, con compasión y sabiduría.

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